Quiero compartir, a continuación, una apreciación que dirigí a una de mis estudiantes cuya tarea consitía en diseñar el modelo pedagógico de un colegio y me preguntaba sobre la relación que debería existir entre dicho modelo pedagógico y la confesionalidad o no de la institución:
Considero que el modelo pedagógico de un colegio no depende (ni puede depender), en principio, de su confesionalidad o a-confesionalidad religiosa, tampoco de las normativas legales, o de las últimas modas en escuelas pedagógicas contemporáneas, pero sí, y sin lugar a dudas, de su confesionalidad humana.
Con “confesionalidad humana” me refiero a que todo modelo pedagógico, si quiere ser realmente efectivo y transformador, debe partir de un modelo antropológico que se pregunte por el perfil de ser humano en el que se cree y se quiere formar; es decir que, con anterioridad se deben proponer y vislumbrar las siguientes cuestiones:
1. Desde el ser (o la realidad): ¿Cuáles son las características (cualidades, problemáticas, situaciones familiares y sociales) de los estudiantes que llegan a la institución? ¿cuáles son las características (cualidades, problemáticas, situaciones familiares, académicas y laborales) de los estudiantes que salen de la institución (no sólo los egresados, también los que salen en otros años)?, ¿cuáles son los retos y desafíos (tanto positivos como negativos) que la sociedad impone hoy a los individuos (entre los cuales se encuentran los estudiantes y/o egresados de la institución)?
2. Desde el deber ser (o el ideal): ¿Cuál es el perfil de ser humano que la institución quiere formar (desde sus dimensiones socio-afectiva, cognitiva, ética, psicomotora, trascendente, comunicativa…) respondiendo así a las situaciones concretas de los estudiantes y a los retos que impone la sociedad?
Un modelo pedagógico se inscribe como estrategia mediadora entre el punto 1 y el punto 2. Es decir que mientras el modelo antropológico responde al “¿qué?” y al “¿quién?”, el modelo pedagógico responderá al “¿cómo?”, haciendo operativo y realizable el “¿qué?”.
Pueden existir salidas fáciles, como asumir sin mayor criterio cualquier pensamiento pedagógico contemporáneo sólo porque “está a la moda” o porque la institución se inscribe en una tradición particular de pensamiento o porque la legislación vigente exige la adaptación de un modelo. Sin embargo, si lo que se busca es responder de forma efectiva a una situación concreta a través de la mediación educativa, creo que la prioridad debe recaer en el conocimiento y reconocimiento del contexto de realidad y sus clamores. «Hay que cortar el vestido a la medida de la persona y no al revés». De ahí que las preguntas que orientarían el diseño del modelo pedagógico, una vez se hayan abordado las del modelo antropológico, podrían ser:
– ¿Cómo formar de modo integral a nuestros estudiantes para que encarnen el perfil que la institución quiere para ellos (teniendo en cuenta que dicho perfil fue el que se formuló a partir de la confrontación con la realidad)?, ¿cuál puede ser la mejor estrategia pedagógica?, ¿cuál modelo nos puede inspirar (la palabra es inspirar, no copiar)?
Una vez abordadas estas cuestiones la tarea que viene es la planificación curricular, y ésta consiste en la proyección conjunta (con la participación de representantes de la comunidad educativa: padres, directivos, administrativos, profesores, ex-alumnos…) de la manera como cada aspecto del currículo (asignaturas, actividades académicas, deportivas y culturales, procesos de gestión administrativa y académica, reuniones y formación permanente del cuerpo docente…) va a implementar, ejecutar y evaluar dicho modelo.
De este modo, sólo una educación que es reflexionada, confrontada con los contextos de situación, proyectada de forma mancomunada y evaluada periodicamente, podrá ser auténticamente transformadora y emancipadora tanto de las personas a las que forma como de la sociedad y la cultura que las rodea.