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EL REINO DE DIOS (2)… UN REINO SIN TEMPLOS NI SACERDOTES


Iglesia sin curasUna característica común a todas las religiones es la consideración de que es posible tener acceso a las realidades sagradas o divinas a través de varias mediaciones simbólicas en virtud de las cuales acontece  la emergencia de las hierofanías; se establecen tiempos, objetos, rituales, lugares y personas plenamente reconocidas por la comunidad creyente en donde lo numinoso se hace presente de modo especial y, de esta manera, se llega a distinguir el ámbito de lo sagrado del ámbito de lo profano.

  La experiencia del pueblo de Israel no es ajena a este tipo de mediaciones: El Templo de Jerusalén es el lugar donde El Señor habita de modo especial (1Cr29,1; Sal5,7;11,14), la Torah es la expresión más sagrada de su alianza y escogencia por el pueblo, los profetas son su boca (Ex 4,10-16; Is 6,5-7; Jer 1,6-9; Ez 2,8-3,4) y los sacerdotes quienes presiden los actos rituales de sacrificio y expiación. Sin embargo, la praxis religiosa de la comunidad de discípulos de Jesús tiene algunos aspectos que la hace especial:

1. No tienen templo: Tanto Jesús como sus discípulos son judíos, y como buenos judíos sólo tienen un templo, el de Jerusalén. De hecho,  vamos a encontrar a los discípulos asistiendo asiduamente al mismo (Cf. Hch 2,46; 3,1; 21,26). Una vez que el cristianismo sea separado del judaísmo y el templo sea destruido (año 70 d.C), no existirá, para los cristianos, más templo que la misma comunidad (1Cor 3,16-17) y el propio cuerpo (1Cor6,19) por cuanto el Espíritu de Dios habita en ellos  de modo pleno. Los lugares de oración, de celebración de la Cena del Señor o de reunión de la comunidad (que, por lo general eran casas de familia, talleres de artesanos o catacumbas) nunca serán tenidos, tratados o nombrados como “Templos”. De aquí que no sea teológicamente correcto homologar la celebración de la Pascua judía con la celebración Pascua cristiana puesto que más que haber una continuidad simbólica entre éstas hay una auténtica novedad de ésta con respecto a aquella (por ello se habla de “Nueva Alianza”).

2. No tienen sacerdotes: El sacerdocio sólo se entiende en función del templo. Los sacerdotes, por la constitución inherente de su rol, existen para presidir los sacrificios rituales y fungir como intermediarios o mediadores entre el Dios trascendente y lejano y los hombres, cuyos pecados los hacen aún más lejanos de Dios. Sin embargo, no habiendo templo (una vez destruido), deja de existir el lugar exclusivo para los sacrificios y, por tanto, la función sacerdotal pierde su sentido –así fue como lo asimiló el judaísmo después del año 70 d.C.-. En el caso de la comunidad de seguidores de Jesús no encontramos que ni él ni sus discípulos hayan ejercido funciones sacerdotales (empezando porque el sacerdocio era exclusivo de quienes pertenecían a la tribu de Leví o, en el siglo I, a la familia sadoquita). Tanto Jesús como sus discípulos son simples campesinos, no pertenecen a ninguna casta sacerdotal ni detentan alguna autoridad religiosa (solamente en la carta a los Hebreos se hablará de Jesús como Sumo y eterno sacerdote pero esto en un sentido simbólico y metafórico, desde los paradigmas rituales del judaísmo hierático). La mediación universal de Cristo, de la cual habla 1Tim 2,5 (y de la que es partícipe el Cristo total: tanto la cabeza como el cuerpo eclesial), no es entendida en sentido sacerdotal sino soteriológico y sacramental («Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» Jn 14,9).

Tampoco en la comunidad pos-pascual aparece algún rol sacerdotal. No hay sacerdocio, hay ministerios y éstos no son entendidos como funciones simplemente litúrgicas o rituales sino como servicios suscitados carismáticamente y ejercidos para la edificación integral de la comunidad. Hasta la presidencia de la comunidad, incluso la celebración de la Cena del Señor, es asumida de modo carismático-ministerial por parte de los (¿y las?) presbíteros y epíscopos pero nunca como una institución de tipo sacerdotal. Solamente cuando el cristianismo sea asimilado por el Imperio es que se asumirán los roles, honores y privilegios del sacerdocio pagano.

¿Qué implicaciones tiene esto desde la lógica del Reino de Dios?. Que en Jesús de Nazaret llega a su final la distancia inexorable entre Dios y los seres humanos. La sugestiva imagen del cielo rasgándose  en el relato marcano del bautismo (Cf. Mc 1,10) del mismo modo que el velo del templo en el momento de la muerte de Jesús (Mt 26,65; Mc 15,38; Lc 23,45) indica que el muro de separación entre Dios y el mundo se ha roto, que Dios habita entre nosotros (Cf. Mt 1,23) y que ya no es necesario ir a un lado u otro para adorarle (Cf. Jn 4,21). Por la encarnación del Verbo todo lo humano (y hasta lo mundano y cósmico) se convierte en mediación sacramental de Dios sin que haya necesidad de más mediaciones hieráticas y, mucho menos, jerárquicas.  Parafraseando a san Ireneo, en adelante, buscar la gloria de Dios será trabajar por la vida del hombre, especialmente, por la vida plena de los máximos representantes de Dios en la tierra: Los pobres, los desamparados y los excluidos.

¿Qué implicaciones tiene esto para una perspectiva eclesiológica?. Que si  realmente se quiere vivir según el paradigma del Reino, es necesario superar de facto (y no sólo de intención, como lo propone el ideal orgánico y comunional del Vaticano II) cualquier esquema jerárquico o clericalista que, en lugar de posibilitar una comunidad fraterna e igualitaria, subraya las diferencias con el mito de una «separación divina» casi ontológica con respecto al «resto de los hombres».  Esta perspectiva conlleva a repensar la actual discusión en torno a la abolición del celibato sacerdotal o la ordenación de mujeres: Desde el ideal del Nuevo Testamento no es una respuesta eclesiológicamente precisa el clericalizar la institución matrimonial  o el clericalizar a la mujer, además porque lo que se haría sería simplemente una redistribución de poderes y autoridades verticales pero no su eliminación. Una auténtica opción -aunque difícil- es la desclericalización del clero, es decir, la apuesta por una Iglesia ministerial y horizontal sin ningún tipo de exclusivismos o privilegios para unos pocos. Lastimosamente, mientras estos pocos se concentran en legitimar y perpetuar sus roles, otros muchos mueren clamando por justicia y equidad… Tal vez es más sencillo seguir los criterios y paradigmas «del mundo» que creer y vivir según el evangelio…

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