Sobre el Uso y Deleite de los Textos entre los Eruditos y los Sabios

El erudito desea abarcarlo todo, asir y aprehender todo cuanto pueda conocer para después mostrarse como el que sabe, como el que posee un contrato de exclusividad sobre un campo determinado del conocimiento (o sobre todos los campos, en el caso de quienes, con cierta dosis de ingenuidad, aún creen en el enciclopedismo ilustrado)  para pretender dominar a través del monopolio de la ciencia y haciendo que otros dependan de él para acceder a aquella. Conoce los textos (o disimula conocerlos) pero no por amor a los textos mismos siBiblia del osono para adueñarse de ellos y del conocimiento que estos albergan. Y cuando el erudito se cree dueño de los textos, busca acallarlos o domesticarlos, porque se da cuenta del poder emancipador que estos tienen. Por ello, cuando habla de los textos, los tergiversa, los manipula, queriendo imponerles su propia mentalidad, haciéndoles decir lo que nunca dicen. Para él los textos son el bastón con el que pretende controlar a sus borregos.

 

El sabio, en cambio, reconoce la naturaleza inefable de la vida y de los textos que buscan narrarla. Ama los textos no por el conocimiento que puedan proporcionar sino por el placer mismo de leerlos. Para él el conocimiento no es fin en sí mismo; sabe bien que éste es sólo el disfraz que algunas veces esconde a la belleza o a la fealdad. No le interesa alcanzar la meta simplemente, sino disfrutar y aprender de cada recodo del camino. Por ello, antes que saber, el sabio saborea. No busca abarcar los textos o apropiarse de ellos sino que se deleita con cada palabra y cada letra que recorren sus ojos. Y cuando sus ojos han dejado de moverse sobre los grafemas, su mente pasa una y otra vez sobre las ideas y el modo estético, enigmático y hasta paradójico como dichas ideas están expresadas. El sabio es consciente de que los textos no le pertenecen; éstos son hijos de unas vidas cuyo propósito es seguir creando y recreando más vidas. Así, para él, el texto tiene un carácter sacral que le conduce al ámbito de la divinidad creadora. Y es en tal ámbito donde la dimensión emancipadora del relato le transforma, le hace mirar la realidad con ojos nuevos y hace que su vida misma empiece a ser relato transformador para otros. Aquí ya no hay pastores ni ovejas… solo relatos.

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Archivado bajo REFLEXIONES TEOLÓGICAS

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