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Carta de Pablo a los cristianos Americanos (Por Martin Luther king Jr)


(Tomado de: Idem. La fuerza de amar. Madrid: Acción cultural cristiana, 1999, 143-149)

«Quería informMartin Luther King Jraros a todos vosotros acerca de una carta imaginaria debida a la pluma del apóstol Pablo. El matasellos revela que procede la ciudad portuaria de Troas. Al abrir la carta descubrí que estaba escrita en griego y no en inglés. Después de pasarme algunas semanas traImagen1duciéndola, creo que he conseguido descifrar su verdadero significado. Si su contenido resulta ser extrañamente kinguiano y no paulino, atribuidlo a mi falta de objetividad, pero no a falta de claridad de Pablo. He aquí la carta tal como la tengo ante mí.

 

Pablo, llamado apóstol de Jesús, el Cristo, por voluntad de Dios, a vosotros, que estáis en América, gracia y paz de Dios, nuestro Padre, por nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Hace años que deseo veros. He oído hablar muchas veces de vosotros y de lo que hacéis. Me han llegado noticias respecto a los fascinantes y sorprendentes avances que habéis conseguido en el campo científico. Me han hablado de vuestros rapidísimos metros y veloces aeroplanos. Con vuestro genio científico habéis empequeñecido las distancias y encadenado el tiempo. Habéis hecho que fuera posible desayunar en París de la Galia y cenar en la ciudad de Nueva York. También he oído hablar de vuestros rascacielos, con sus prodigiosas torres elevándose audazmente en dirección a las estrellas. Me han informado de vuestros avances científicos en la curación de numerosos y terribles azotes y enfermedades: habéis conseguido prolongar vuestra vida y obtenido más seguridad y bienestar físico. Todo esto es maravilloso. ¡En vuestra época se pueden hacer tantísimas cosas que no podían hacerse en mi mundo greco-romano…! Recorréis grandes distancias en un solo día, que en mi generación requerían tres meses. Es magnífico. ¡Habéis hecho un avance impresionante en el desarrollo científico y técnico!

Sin embargo, me pregunto, América, si tu progreso moral y espiritual ha marchado al compás de tu progreso científico. Me parece que tu progreso moral ha quedado rezagado respecto del científico, tu mentalidad va más de prisa que tu moralidad, y tu civilización brilla más que tu cultura. Buena parte de tu vida moderna puede resumirse en las palabras del poeta Thoreau: «Medios mejorados para un objetivo no mejorado». Con tu genio científico has convertido el mundo en un barrio, pero no has sabido utilizar tu genio moral y espiritual para convertirlo en una hermandad. Así pues, América, la bomba atómica que hoy te asusta no es solamente esa arma mortífera que puede ser arrojada desde un avión sobre millares de personas, sino la bomba atómica escondida en el corazón de los hombres, capaz de explotar en forma del odio más horrible y del egoísmo más devastador. Por eso quiero insistir en que sitúes tus avances morales al nivel de los científicos.

Creo necesario recordarte que recae sobre ti la responsabilidad de representar los principios éticos del cristianismo en una época en que son frecuentemente menospreciados. Esta es una tarea que me ha sido encomendada. Entiendo que en América hay muchos cristianos que creen que se debe rendir culto a los sistemas y costumbres implantados por el hombre. Temen que, de no hacerlo, se les considere diferentes. Su gran afán es poder ser aceptados socialmente. Viven según principios como éste: «Todo el mundo lo hace, señal de que debe ser bueno». ¡Entre vosotros hay muchos que piensan que la moralidad consiste en el asentimiento de todo el grupo! En vuestra lengua sociológica moderna, lo que es costumbre es aceptado como justo. Habéis llegado a creer, inconscientemente, que lo justo viene determinado por las encuestas Gallup.

Cristianos americanos, debo deciros que hace ya muchos años escribí a los cristianos de Roma: «Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (Rm 12, 2). Tenéis una doble ciudadanía. Vivís simultáneamente en el tiempo y en la eternidad. Vuestra más alta lealtad se la debéis a Dios, y no a las costumbres de la gente, el Estado, la nación, o cualquier otra institución humana. Si una institución terrena o una costumbre no están de acuerdo con la voluntad de Dios, vuestro deber de cristianos es oponeros a ella. No debéis permitir nunca que las exigencias transitorias, efímeras, de las instituciones que ha creado el hombre aventajen a las exigencias eternas de Dios todopoderoso. En una época en que los hombres traicionan los altos valores de la fe, debéis aferraros a ellos, y, a pesar de la presión de una generación que los aliena, preservadlos para los niños que aún han de nacer. Debéis estar dispuestos a desafiar costumbres injustas y a boicotear el statu quo. Estáis llamados a ser la sal de la tierra. Debéis ser la luz del mundo. Tenéis que ser la levadura vital y activa en la masa de la nación.

Sé que en América tenéis un sistema económico denominado capitalismo, con el cual habéis conseguido maravillas. Habéis llegado a ser la nación más rica del mundo y edificado el mayor sistema productivo que ha conocido la historia. Es realmente magnífico. Pero, americanos, existe el peligro de que utilicéis mal ese capitalismo. Vuelvo a insistir en que el amor al dinero es la raíz de muchos males y pueden hacer del hombre un burdo materialista. Temo que muchos de vosotros estéis más interesados en conseguir dinero que en acumular tesoros espirituales.

El mal del capitalismo puede conducir también a una explotación trágica. Esto ha sucedido ya muchas veces en vuestra nación. Me dicen que la décima parte del uno por ciento de la población controla más del 40 por ciento de la riqueza del país. ¡América, cuántas veces has quitado lo necesario a las masas para dar lujos a los privilegiados! Si quieres ser una auténtica nación cristiana, tienes que solucionar este problema. No puedes solucionarlo volviéndote hacia el comunismo, porque el comunismo está basado en un relativismo ético, un materialismo metafísico, un totalitarismo paralizador y un abandono de las libertades básicas que ningún cristiano puede aceptar. Pero, en cambio, puedes trabajar dentro del marco de la democracia para conseguir una mejor distribución de la riqueza. Debes utilizar tus poderosos recursos económicos para eliminar la pobreza de la tierra. Dios no ha intentado nunca que unos vivan en una riqueza superflua y desordenada, mientras que otros sólo conocen una pobreza absoluta. Dios quiere que todos sus hijos tengan cubiertas las necesidades básicas, y ha puesto en el universo «lo suficiente y más» para que esto se consiga.

Dejadme decir algo sobre la Iglesia. Americanos, debo recordaros, como lo he hecho con otros muchos, que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Cuando la Iglesia es fiel a su naturaleza, no conoce división ni desunión. Me dicen que dentro del protestantismo americano existen más de doscientas cincuenta denominaciones. La tragedia no consiste simplemente en que haya tal multiplicidad de denominaciones, sino en que muchos grupos pretenden poseer la verdad absoluta. Este sectarismo estrecho destruye la unidad del Cuerpo de Cristo. Dios no es bautista, metodista, presbiteriano o episcopaliano. Dios trasciende vuestras denominaciones. América, si tienes que ser auténtico testimonio de Cristo, debes saber esto.

Me han informado, y de ello me congratulo, de que en América crece el interés por la unidad de la Iglesia y el ecumenismo. Me dicen que habéis organizado un Consejo Nacional de las Iglesias, y que la mayoría se han afiliado al Consejo Internacional de las Iglesias. Todo eso es estupendo. Continuad por el camino creador. Mantened vivos estos consejos de la Iglesia y continuad prestándoles el apoyo más sincero. Recibo noticias muy optimistas sobre un diálogo reciente entre católicos romanos y protestantes. Me dicen que algunos eclesiásticos protestantes de vuestra nación han aceptado la invitación del Papa Juan para asistir como observadores a un reciente concilio ecuménico que ha tenido lugar en Roma. Es un síntoma tan significativo como saludable. Creo que es el principio de una evolución que no hará sino acercar más y más a los cristianos.

Otra cosa que me preocupa de la Iglesia americana es que tengáis una Iglesia blanca y otra negra. ¿Cómo es posible que en el auténtico cuerpo de Cristo exista la segregación? Me dicen que la integración es mayor en el mundo del espectáculo y en otros círculos seglares que dentro de la Iglesia cristiana. ¡Es una monstruosidad! Creo que entre vosotros hay cristianos que intentan encontrar bases bíblicas para justificar la segregación y argumentan que el negro es inferior por naturaleza. ¡Oh, amigos míos, esto es blasfemar y va contra todo lo que defiende la religión cristiana! Vuelvo a repetir lo que yo dije muchas veces a los cristianos, que en Cristo «no hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 28). Más aún, tengo que repetir las palabras que ya dije en el Areópago de Atenas: «Él hizo de uno todo el linaje humano para poblar toda la haz de la tierra» (Hch 17, 26). Por eso, americanos, debo insistir para que os libréis de cualquier forma de segregación. La segregación es una negación flagrante de la unidad que tenemos en Cristo. Sustituye a la relación «yo-tú» por la relación «yo-esto», y rebaja a las personas a la categoría de cosas. Hiere el alma y degrada la personalidad. Crea en el segregado una falsa estimación de su propia superioridad. Destruye la comunidad y hace imposible la fraternidad. La filosofía básica del cristianismo es diametralmente opuesta a la filosofía básica de la segregación racial.

Alabo a vuestro Tribunal Supremo por haber decretado una sentencia histórica en favor de la desegregación y a muchas personas de buena voluntad que la han aceptado como una gran victoria moral, pero sé que algunos hermanos se han declarado en abierta oposición, y que en sus cámaras legislativas resuenan palabras como «anulación» e «interposición». Porque algunos hermanos han perdido el sentido de la auténtica democracia y del cristianismo, os exhorto a todos y a cada uno de vosotros a que lo discutáis pacientemente. Estáis obligados a hacerles cambiar de actitud por medio de la comprensión y de la buena voluntad. Hacedles saber que, levantándose contra la integración, no solamente se oponen a los nobles preceptos de vuestra democracia, sino también a los edictos eternos del mismo Dios.

 Espero que las Iglesias de América desempeñen un papel importante en la lucha contra la segregación. Fue siempre responsabilidad de la Iglesia ampliar horizontes y desafiar las situaciones establecidas. La Iglesia tiene que introducirse en el campo de lucha de la acción social. En primer lugar, debéis velar para que la Iglesia aparte el yugo de la segregación de su propio cuerpo. Después tendréis que procurar que la Iglesia sea cada vez más activa en la acción social fuera de sus propias puertas. Debéis intentar mantener abiertos los canales de comunicación entre las diversas razas. Debe adoptar una actitud decidida contra las injusticias que los negros sufren en viviendas, educación, protección policíaca, y en los tribunales locales y estatales. Tiene que influir en el campo de la justicia económica. Como guardián de la vida moral y espiritual de la comunidad, la Iglesia no puede contemplar estos males manifiestos con indiferencia. Si vosotros, como cristianos, aceptáis esta empresa con decisión y valentía, conduciréis a los hombres descarriados de vuestra nación desde la oscuridad de la falsedad y el temor a la luz de la verdad y del amor.

Permitidme que dirija unas palabras a aquellos de entre vosotros que son víctimas del odioso sistema segregacional. Tenéis que continuar trabajando apasionada y vigorosamente por vuestros derechos divinos y constitucionales. Sería cobarde e inmoral que aceptaseis pacientemente la injusticia. En buena conciencia, no podéis vender el derecho de nacer a la libertad por un plato de sopas segregadas. Perseverando en vuestra justa protesta, permaneced siempre alerta para combatir con métodos cristianos y con armas cristianas. Aseguraos también de que los métodos que empleéis sean tan puros como el fin que perseguís. No sucumbáis nunca a la tentación de la ira. Cuando ejerzáis presión en pro de la justicia, estad seguros de que actuáis con dignidad y disciplina, utilizando como arma principal el amor. No dejéis nunca que nadie os empuje hasta llegar a obligaros a odiar. Evitad siempre la violencia. Si en vuestra lucha sembráis la semilla de la violencia, las generaciones venideras cosecharán el caos de la desintegración social.

En la lucha por la justicia, debéis demostrar a los opresores que no tenéis deseos de derrotarlos o de vengaros. Hacedles comprender que la úlcera infectada de la segregación debilita tanto al blanco como al negro. Al adoptar esta actitud, mantendréis vuestra lucha a nivel cristiano.

Muchas personas se dan cuenta de lo urgente que es desarraigar la segregación. Muchos negros dedicaron sus vidas a la causa de la libertad, y muchas personas blancas de buena voluntad y robusta sensibilidad moral se atreverán a hablar en favor de la justicia. La honradez me impele a admitir que esta postura requiere cierta disposición para el sufrimiento y el sacrificio. No desesperéis si os condenan y persiguen por la justicia. Cuando dais testimonio de la verdad y la justicia, sois presa posible de escarnio. Oiréis decir muchas veces que sois idealistas sin sentido práctico o radicales peligrosos. Quizás incluso os llamen comunistas, sólo porque creéis en la hermandad entre los hombres.

Alguna vez iréis a parar a la cárcel. Si así fuera, debéis honrar la prisión con vuestra presencia. Puede representar perder el trabajo o la consideración social dentro de vuestro grupo. Aunque el precio que algunos tuviesen que pagar para librar a sus hijos de la muerte psicológica fuese la muerte física, no podríais hacer nada más cristiano. No os preocupéis por la persecución, cristianos americanos; debéis aceptarla si lucháis por un gran principio. Hablo con cierta autoridad, porque mi vida ha sido una continua sucesión de persecuciones.

Después de mi conversión fui repudiado por los discípulos de Jerusalén. Más tarde me procesaron por herejía en Jerusalén. Fui encarcelado en Filipo, azotado en Tesalónica, linchado en Éfeso y humillado en Atenas. De todas estas experiencias salí convencido de que nunca, «ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro (…), podrá separarnos del amor de Dios (manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rom 8, 38-39). La finalidad de la vida no es ser feliz, ni buscar el placer y evitar el dolor, sino hacer la voluntad de Dios, sea cual sea. No puedo dejar de alabar a los que habéis resistido, sin decaimiento, las amenazas y las intimidaciones, las inmoralidades y la impopularidad, la detención y la violencia física a fin de proclamar la doctrina de la paternidad de Dios y la fraternidad de los hombres. Para estos nobles servidores de Dios existe el consuelo de las palabras de Jesús: «Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros» (Mt 5, 11-12).

Debo concluir mi escrito. Silas espera para echar esta carta al correo y yo debo partir para Macedonia, desde donde me han enviado un mensaje urgente pidiendo ayuda. Pero, antes de irme, debo deciros, como dije a la Iglesia de Corinto, que el amor es el poder más duradero del mundo. A través de los siglos, los hombres han luchado por descubrir el bien supremo. Ésta ha sido la principal cuestión de la filosofía ética, y fue uno de los mayores problemas de la filosofía griega. Los epicúreos y los estoicos intentaron solucionarlo; Platón y Aristóteles intentaron solucionarlo también. ¿Cuál es el summun bonum de la vida? Creo, América, que he encontrado la respuesta. He descubierto que el bien más sublime es el amor. Este principio es el centro del cosmos. Es la gran fuerza unificadora de la vida. Dios es amor. El que ama ha descubierto la clave del significado de la realidad última; el que odia es un candidato inminente a la destrucción.

Cristianos americanos, podéis dominar las sutilezas de la lengua y poseer la elocuencia de los discursos bien pronunciados; pero aunque pudierais hablar todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tenéis amor, sois como la campana que toca o el timbal que tintinea. Podréis poseer el don de la predicción científica y comprender el comportamiento de las moléculas; podréis penetrar en los arcanos de la naturaleza y evidenciar muchas perspectivas nuevas; podréis escalar las cimas de las conquistas académicas para conseguir toda suerte de conocimientos, y presumir de vuestras grandes instituciones de enseñanza y del alcance ilimitado de vuestros títulos; pero todo esto, desprovisto de amor, no significa nada. Más todavía, americanos: podéis entregar vuestros bienes para alimentar a los pobres; podéis hacer grandes donativos a instituciones de caridad y distinguiros por una gran filantropía; pero, si no tenéis amor, vuestra caridad nada significa. Podéis entregar incluso vuestro cuerpo a las llamas, y morir como mártires, y vuestra sangre derramada podrá ser un símbolo de gloria para las generaciones venideras, y miles de hombres os honrarán como a héroes de la historia; pero, incluso así, si no tenéis amor, vuestra sangre será derramada en balde. Por tanto, ya veis cómo un hombre puede ser orgulloso incluso entregándose, e incluso sacrificándose. Su generosidad puede aumentar su ego, y su piedad su orgullo. La benevolencia sin amor se convierte en egoísmo, y el martirio en orgullo espiritual.

La mayor de todas las virtudes es el amor. En él encontramos el auténtico significado de la fe cristiana y de la cruz. El calvario es un telescopio a través del cual podemos contemplar la vasta extensión de la eternidad y ver el amor de Dios irrumpiendo en el tiempo. Por la magnitud de su generosidad, Dios permitió que su Hijo unigénito muriese para que nosotros viviéramos. Uniéndonos con Cristo y vuestros hermanos por el amor, podréis matricularos en la universidad de la vida eterna. En un mundo que depende de la fuerza,  de la tiranía y de la violencia sanguinaria, se os convida a seguir el camino del amor. Descubriréis que el amor desarmado es la fuerza más poderosa de todo el mundo.

Tengo que dejaros. Transmitid mi saludo cordial a todos los santos de la Iglesia de Cristo. Tened valor; sed todos unos; vivid en paz. Lo más probable es que no vaya a América a veros, pero os veré en la eternidad de Dios. Y ahora, a Aquel que nos puede evitar la caída, y puede levantarnos del oscuro valle de abatimiento hasta la iluminada montaña de esperanza, de la noche de la desesperación al alba de la alegría, a Él el poder y la autoridad por siempre. Amén».

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