Sobre el cristianismo y la sexualidad

Por lo general, se ha pensado que el cristianismo es una religión que predica el carácter pecaminoso del cuerpo (asociándolo de forma errónea al “pecado en la carne y sus tendencias”, de los que habla Pablo en sus cartas –Cf.Rm7,24-25;8,3-13), la “impureza” de todo aquello que tenga que ver con el erotismo, la sensualidad y la sexualidad, y la inmoralidad intrínseca de todo deseo, pensamiento o “tentación” que tenga que ver con ello. Tal vez hemos olvidado el relato primigenio de la creación según el cual “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1,10.12.18.21.25.31). Tal vez hemos olvidado que los seres humanos, con nuestra integralidad, diversidad y sexualidad, formamos parte de ese “todo cuanto Dios ha hecho”; de ahí que es un imperativo reconocer que la sexualidad humana es querida por Dios, buena en sí misma y aún más, expresión sacramental del amor fecundo de Dios, que es amor (1Jn 4,8).

De este modo, creer en un Dios encarnado, que nos hace partícipes de la resurrección (síntesis y máxima confesión de la fe cristiana), implica el necesario reconocimiento de la divinización y sacralidad de nuestros cuerpos y la práctica del seguimiento de Cristo según nuestros modos propios de ser como hombre y como mujer (es decir, no negando nuestra condición sexuada). Hasta el erotismo, como expresión sublime del amor sensual, es una dimensión constitutiva (y, por tanto, ineluctable) del amor de Dios -y así lo señala Benedicto XV en su carta encíclica Deus Caritas Est (n°3ss) -.

Lastimosamente, en la comprensión y vivencia de la sexualidad dentro del cristianismo han tenido más peso posturas de tipo maniqueístas y sarcófobas que, concibiendo un Dios como espíritu puro, contrario y separado de todo lo material y carnal – lo cual, de por sí sería imperfecto e impuro -, procuran una ascesis de huída del mundo, de renuncia a lo corporal y de negación de cualquier deseo o impulso sexual. Dichas posturas han imperado en muchas perspectivas antropológicas cristianas y, al hacerlo, han deformado el corazón mismo del evangelio: la encarnación de un Dios que libera la carne de los hombres (su humanidad integral) y no a los hombres de la carne (según el pensamiento platónico). A veces pareciera que muchos en la Iglesia están más preocupados por lo que sucede en las camas de sus feligreses que por los clamores de justicia, dignidad y libertad de muchos de los hijos de Dios.

Quiero finalizar citando la introducción de una famosa conferencia en torno a la Afectividad y la Eucaristía ofrecida por el Padre Timothy Radclife, ex-maestro general de la Orden de Predicadores (PP. Dominicos). (el texto completo se puede consultar en la siguiente dirección: http://www.dominicos.org/op/timothy6.htm):

«En el cristianismo hablamos mucho sobre el amor, pero tenemos que amar como las personas que somos, sexuales, llenos de deseos, de fuertes emociones y de la necesidad de tocar y estar cerca del otro (…). Es extraño que no se nos dé bien hablar de esto, porque el cristianismo es la más corporal de las religiones. Creemos que Dios creó estos cuerpos y dijo que eran muy buenos. Dios se hizo corporal en medio de nosotros, un ser humano como nosotros. Jesús nos dio el sacramento de su cuerpo y prometió la resurrección de nuestros cuerpos. Así pues deberíamos sentirnos en casa en nuestra naturaleza corporal, apasionada… ¡y cómodos al hablar de afectividad! Pero a menudo cuando la Iglesia habla de esto, la gente no queda convencida. ¡No tenemos demasiada autoridad cuando hablamos de sexo! Quizás Dios se encarnó en Jesucristo pero nosotros todavía estamos aprendiendo a encarnarnos en nuestros propios cuerpos. ¡Tenemos que bajar de las nubes!
En una ocasión en que San Juan Crisóstomo estaba predicando sobre sexo notó que algunos se estaban ruborizando y se indignó: “¿Por qué os avergonzáis? ¿Es que esto no es puro? Os estáis comportando como herejes”. Pensar que el sexo es repulsivo es un fracaso de la auténtica castidad y, según nada menos que Santo Tomás de Aquino, ¡un defecto moral! (II,II,142.1) Tenemos que aprender a amar como los seres sexuales y apasionados –a veces un poco desordenados- que somos, o no tendremos nada que decir sobre Dios, que es amor».

Deja un comentario

Archivado bajo REFLEXIONES TEOLÓGICAS

Deja un comentario